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COLABORACIONES

MUJERES Y FAMILIAS. BINOMIO PARA ERRADICAR LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES

Marzo 10, 2016

Hace unas noches en una reunión con un par de amistades disfrutaba de beber una taza de café. Teníamos ya un rato hablando de todo y nada, de nuestras preocupaciones y ocupaciones. Y en todo aquél enjambre de cosas y decires, volví a escuchar una vieja y quemante reflexión, que en vos de mi amiga fue la sentencia de una madre que renunció al mundo laboral asalariado cuando nacieron sus hijos. Me dijo que su esposo y ella lo dialogaron y lo hicieron de común acuerdo. Aunque hoy no cuenta con una pensión propia no se arrepiente, pues los problemas sociales con la juventud actual se deben, exclamó sin asomo de duda, a que las mujeres han salido a trabajar fuera de su casa, a buscar un sueldo, a correr tras él y han estado sujetas desde el principio a mantener las mismas exigencias de inversión de tiempo, habilidades y competencias laborales que los varones y más, y por ello se han visto obligadas a descuidar una gran función que es la de cuidar a la familia y educar a los infantes. Sé que en este punto, muchas y muchos también, podrían ya poner un enorme grito en el cielo, pues se les puede ocurrir pensar que esta mujer, mi amiga-mujer-madre, es una persona con un pensamiento antiguo, con una buena dosis de visión patriarcal, reproductora de roles y estereotipos hegemónicos de género e incapaz de ver los beneficios que los movimientos de mujeres y el feminismo han aportado al bienestar de la comunidad femenina contemporánea.
Nada más lejano de lo que piensa, de lo que hace o de lo que mi amiga es. Y aquí considero necesario hacer un alto para pedir respeto a la opinión de la persona –mi amiga-mujer-madre− y abrir el espacio a la reflexión colectiva –la que incluye el “yo” y los “demás”. Pongamos incluso esta opinión en relación con el tema de esta mesa de debate: los Derechos de las Mujeres a una Vida libre de Violencia. Para este diálogo nos será necesario recordar que fue en 1981 con la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, también conocida como CEDAW que se reconocieron expresamente los derechos humanos de las mujeres en un tratado internacional. En cuanto a la violencia contra las mujeres la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida como Convención de Belém do Pará signada en 1994, suscribe que la violencia es “cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado”. Mientras que la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia establecida en el 2007, en su fracción IV del artículo cinco, estableció que ella es cualquier “acción y omisión, basada en su género”. (LGAMVLV, 2007)
Estos instrumentos, tristemente, tienen razón de ser. El 25 de febrero pasado en la ciudad de Puebla un grupo de mujeres, hombres e infantes se reunieron en una marcha para externar su repudio al incremento de la violencia en ese estado, la cual ha llevado al asesinato de 70 mujeres en apenas dos años. Aunque el feminicidio es la expresión máxima de la violencia hacia las mujeres y atenderla es de máxima prioridad, en esta ocasión elijo no hablar de ella porque quiero referir otras violencias, menos visibles, menos grotescas, pero igualmente lacerantes y presentes. Cuando la LGAMVLV estableció que la violencia es toda acción y omisión, permitió avanzar en el análisis de género, pues al considerar que la omisión es una práctica violenta se pueden visibilizar otras violencias que se naturalizan o normalizan en las sociedades con una fuerte tradición cultural machista y patriarcal como veremos más adelante.
Para mostrar la capacidad de género habrá que sexualizarlo, y eso, como dice la historiadora María-Milagros Rivera Garretas, significa “marcar diferencias entre la experiencia histórica de las mujeres y la experiencia histórica de los hombres.” Para realizar mi propio análisis de género sexualizado quiero volver a la reflexión que la sentencia de mi amiga-mujer-madre puso sobre esta mesa. ¿Somos las mujeres las responsables de los males de este mundo? ¿Los problemas de la cultura juvenil son ocasionados por el ingreso de las mujeres al mundo laboral de tradición patriarcal? ¿Cuál es el derecho de nosotras las mujeres, ser madres, profesionistas, trabajadoras asalariadas o o tener acceso a un esquema de protección económica? Y cuando vemos una lista de derechos como ésta, es conveniente preguntar ¿Un derecho invalida a otro? Para responder es preciso realizar un breve ejercicio. Pongamos una idea bastante generalizada y en la que podemos estar de acuerdo sin mayor discusión: las mujeres hemos realizado las labores de la esfera privada, por las cuales no siempre hemos percibido un salario, pues la crianza y el cuidado de la familia se consideran un trabajo reproductivo asignado naturalmente a nosotras. Cuando esa práctica se convierte en una profesión que, puede ser realizada por hombres o mujeres, entonces se reconoce como trabajo productivo por el cual habrá que asignar un salario, un esquema de prestaciones, ser reconocido en el mercado de la oferta y la demanda.
Sin embargo para que una mujer llegue a ello, desde su esfera privada, requiere transitar por la educación formal que le otorgue la “licencia” para desempeñar tales acciones y demandar un salario por ello, o bien, poner un precio a su servicio y ofertarlo en el mercado por cuenta propia. Sigo con esta línea expositiva y casi puedo asegurar que más de una de Ustedes ya encontró algunos ejemplos sencillos: una mujer puede ser cocinera de su familia por treinta años y desarrollar un gran expertise, lo cual puede representar un ahorro familiar, así como un disfrute, pero eso no le garantizará a ella un sueldo, un fondo para el retiro o el acceso a los servicios de salud. Su desempeño tampoco significará contar con el cobijo del reconocimiento que, para muchas personas, es parte vital de su existencia.
Pongamos un contexto. En el pasado muchas familias subsistían con un ingreso, pero nuevas demandas económicas, han propiciado que algunas de ellas hayan tenido que buscar dos ingresos para mejorar sus condiciones materiales. Más allá de si esto es lo deseable para la sociedad, es lo que ha ocurrido. En la actualidad en la mayoría de las parejas ambos integrantes trabajan por un salario o emprenden un negocio a la par que forman una familia. Fenómeno que según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del 2015 significa que la participación económica de las mujeres es del 42.4 por ciento y esa aportación ha ido acompañado de todo tipo de presiones para los integrantes de la pareja y la familia. (INEGI, 2016) Por ello, la literatura de género ya ha mencionado que el fenómeno asociado a las mujeres trabajadoras consiste en las dobles o triples jornadas, así como en el incremento de factores de riesgo en la salud de las mujeres y una modificación en las dinámicas de las familias.
Y esta realidad nos plantea un problema de cierta envergadura: ¿qué debe privar, el derecho del individuo o el de la colectividad; el de las mujeres, las familias o el de la sociedad? Según Luis de la Barreda “en una sociedad orgánica no hay ninguna contradicción entre los derechos individuales y los derechos colectivos, ni tampoco entre el individuo y el pueblo al que pertenece”. En los textos nos queda claro, no deberían de existir las contradicciones para el acceso al ejercicio de los derechos de las mujeres en un esquema de derecho individuales como estipula nuestra democracia, donde es el Estado quien debe vigilar para garantizar esos derechos humanos. Para ello el Estado ha diseñado diversos mecanismos para que se “respete la dignidad inherente [de las mujeres] [.] y que se proteja su familia”, propósito válido en permite visibilizar a las mujeres y su contexto inmediato. Por su parte, la Convención Belém do Pará establece que “Toda mujer podrá ejercer libre y plenamente sus derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales y contará con la total protección de esos derechos consagrados en los instrumentos, regionales e internacionales sobre derechos humanos”. (Exteriores, 2009) Y sólo para mostrar lo que ya sabemos, que la sociedad es más compleja que muchos textos, volvamos al caso de mi amiga-mujer-madre, quien eligió el cuidado de sus hijos a participar del mundo laboral remunerado.
Y aquí coloco una palabra-idea clave para comprender su actuar: ella pudo elegir de manera consciente, responsable y libre lo que quería hacer, pero es justo decirlo no todas pueden hacerlo –por razones económicas− y no todas quieren elegir lo mismo que ella, por sus creencias, igualmente válidas. Si tomamos en cuenta que los derechos individuales no deberían ser objetables a los derechos colectivos, seguramente tenemos que repensar al individuo en su contexto de convivencia inmediato y temprano. En México ese contexto sigue siendo la familia, pues es una forma primaria de organización que se establece principalmente por la línea de parentesco y que según la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID) del 2014 refleja que el 96.8% de la población habita en hogares familiares. (INEGI, 2016) En este sentido y aunque creo y es visible los avances que la sociedad y el Estado han logrado a favor de los derechos de las mujeres a una vida libre de violencia, es necesario, es preciso que se piensen los mecanismos a la luz de un análisis de género sexualizado, el cual permita mostrar la complejidad histórica de la vida de las mujeres. Es decir, mi amiga-mujer-madre, eligió bien porque fue justamente su elección y tendríamos que pensar en estrategias que permitan elecciones más conscientes, responsables y libres para las mujeres.
Y es ahí, en la normalidad de las elecciones individuales donde se esconden las otras violencias a las que me referí al principio. En este sentido, las feministas socialistas han señalado que analizar la familia desde la perspectiva de género permite visibilizar la discriminación y considero también las desigualdades y las violencias que aún subsisten para las mujeres, pese a los grandes avances. Actualmente, por ejemplo, en “los hogares familiares donde cohabita una pareja, las mujeres participan en un 37.4% en el mercado del trabajo remunerado” (Maccise, 2013), de modo que a la dinámica familiar se agrega la laboral. Pero el asunto no queda ahí, pues según estadísticas de la ONU, las mujeres perciben 24. % menos salario que los hombres por trabajo igual. Si observamos estos datos con perspectiva de género, veremos que un avance en el sistema de derechos de las mujeres, como es el derecho al trabajo, es la mayoría de las veces, una suma de pequeñas violencias: las mujeres que son madres, amas de casa, quizá cabezas de familia y que deciden también ser trabajadoras asalariadas, podrán encontrar trabajo y estar felices por ello, pero no siempre tendrán claro por qué ganan menos que muchos hombres que hacen lo mismo –incluso menos− que ellas.
Otros casos que reflejan esas otras violencias que comento, las observamos en las mujeres jóvenes madres que al buscar trabajo, éste se cotiza como “ayuda”, por tanto percibirán menos salario, pues su empleador puede considerar que ella tiene pareja que la mantenga. O las mujeres madres maduras, que muchas de ellas se dedicaron a la crianza y tiempo después desean retomar su desarrollo laboral y encuentran que, o bien no encuentran trabajo porque son juzgadas “mayores”, o deberán aceptar trabajos con salarios reducidos y sin prestaciones. También aquí están las mujeres, jóvenes, madres y maduras de alto perfil profesional que temen mostrar su verdadero currículum, pues los empleadores podrían descartarlas porque no pueden, o no quieren, pagar perfiles de alto nivel para sus empresas. Dejo aquí este ejercicio de análisis de género sexualizado con el que he querido mostrar la necesidad de análisis más finos y comprometidos con visibilizar la desigualdad y la violencia hacia las mujeres, pues ella es una herramienta para construir mecanismos de política pública que sean capaces de revertir las prácticas de una cultura patriarcal y machista que se ha edificado en el sometimiento y control de todo aquello que percibe o significa como débil y vulnerable. Calificativos que se han circunscrito mayoritariamente en la comunidad femenil.
Nos viene bien pensar y hacer muchos ejercicios para cuestionar los discursos triunfalistas o de avanzada, entre los que se encuentran la idea de que somos casi 50/50, o bien, que hemos avanzado tanto en la igualdad que lo que sigue es la paridad, o bien, considerar que el reconocimiento de las uniones de mujeres del mismo sexo es salto hacia adelante. Cierto todo ello, pero sólo en parte. ¿A Usted, por ejemplo, contemplado que dos mujeres que se unen siguen percibiendo ambas 24% menos salario que dos hombres que hacen lo mismo? Lo anterior son chispas que muestran escenarios complejos de desigualdad histórica a la que están ligados la vida de las mujeres y que requieren pensamiento y acciones complejas que estén decididas a transformar que:
“El 99% de la riqueza del planeta está en manos masculinas. Eso nos deja sólo un 1% a las mujeres; […] [que] las mujeres son protagonistas de 1 de cada 4 noticias, pero en la mitad de los casos las historias refuerzan los estereotipos de género. […] [que] Según el Ayuntamiento de Barcelona, tres de cada diez amas de casa consumen psicofármacos de manera habitual. Los autores del estudio lo llaman “medicación de la insatisfacción”, no tanto por el tipo de trabajo (las empleadas del hogar no sufren este síntoma), sino por la falta de reconocimiento y remuneración [dentro de la familia]. [que] Las mujeres pagamos un 7% más por los mismos productos masculinos en versión femenina. La tasa rosa […] [Todo esto] [.] en el primer mundo. En los países en desarrollo las diferencias son todavía más brutales.” (La mitad del mundo, el uno por ciento de los derechos, 2016)
Sean estos ejemplos motivo para que nos decidamos a establecer rutas más ciertas, donde las mujeres como mi amiga-mujer-madre podamos externar consciente y satisfactoriamente que pudimos dialogar sobre lo que deseábamos hacer y decidir sin menoscabo de alguno de nuestros derechos individuales y familiares. Los derechos individuales de las mujeres deben leerse e instrumentarse desde la colectividad, se requieren políticas públicas con perspectiva de género que apoyen a las familias, pues es ahí donde están las mujeres y las niñas que requieren acciones que les garanticen una vida libre de violencia. El binomio para la acción afirmativa es mujeres y familias.

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